Una tarde roja se ríe de mí
y me ahogan
sus carcajadas
embotan mi cabeza como hacen tus palabras,
cuando me susurras lo que quiero oir
y sé que mientes
porque si despierto no estás.
Una tarde con dientes de acero
me destroza despacio
al ir poco a poco trayendo a mi lado
el revuelo de pájaros locos
que recuperan
alborotados
el cobijo de su árbol.
Una tarde cualquiera
sirve,
una tarde de esas que nunca terminan.
Y siempre es la misma tarde.
La que dice que así se aprende
a esperar.
La que me recuerda lo que dijiste,
abarcando mi contorno
con explicaciones no pedidas
que no te exculpaban
y te alejaban.
Ahora acaba la tarde,
y con la noche vendrán esos amantes,
mis fantasmas.
Y levantarán la losa que cubre mi sueño,
entrando en él,
refugiándose en mí,
abrazándome como querría que hubieses hecho,
diciéndome todo lo que quise oir.
Espero la noche
y te espero a ti.
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