viernes, 6 de mayo de 2011

Negro hondo








Despertó y miró a su alrededor. Todo estaba en silenciosa penumbra, pero al menos no hacía frío, eso era lo único que recordaba, el frío que sintió la última vez que...que “¿qué?, ¿tanto he dormido que no me acuerdo?”. Ni siquiera había soñado. Un cosquilleo rodeó su cintura, se deslizó envolvente hacia su pecho y le obligó a abrir la boca cuando alcanzó su garganta. La inquietud no le consintió ni un tenue gemido, ni un movimiento, cerró los ojos. Pero aún así seguía viendo, veía la oscuridad que acechaba sus párpados, que entraba por su boca abierta, que se deslizaba hasta sus pulmones. Y veía el dolor saliendo a su encuentro, recibiendo el negro hondo que, como una ponzoña, manchaba sus silenciosos pensamientos y entonces encontró, rebuscando en los pliegues inmemoriales, un hechizo para amantes, un conjuro escrito en sangre, con lágrimas de hiel y gotas de dolor, un conjuro para helar el amor. Y recordó, recordó que hace mucho, mucho tiempo, escapó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario